REDONDILLAS
Señora, después que os vipaso la vida en quereros
y lloro en ver cuán ligeros
pasan los años por mí
que aunque aborrecer se debe
vida tan triste y amarga,
si para sufrir es larga,
para merecer es breve.
Ya no sabe Amor con qué
apurar mi sufrimiento,
que es leve cualquier tormento
si carga sobre la fe.
Y aunque de pensar así
el alma saca ganancia,
nunca es menor la distancia
que hay desde vos hasta mí
Desde el principio resisto
a mi mal sin esperanza:
que ni aun en esto mudanza
de vos ni de mí se ha visto.
Todo va por un nivel;
mi firmeza y vuestro gusto;
y es en mi daño tan justo,
que mata sin ser cruel.
Que no causáis vos mi males,
señora, pues el quereros
y el no poder mereceros
son efectos naturales.
Puede tanto la constancia,
que sin accidentes peno,
como de usarse el veneno
suele volverse en sustancia.
¿De quién me debo quejar?
o ¿qué remedio se sigue;
pues no hay quejas con que obligue
a poderme remediar?
Una sola recompensa
merezco, señora, y pido:
que, pues no he de ser querido,
el quereros no sea ofensa.
Porque si de pretender
favores vuestros me abstengo,
decidme: ¿qué culpa tengo
en saberos conocer?
LUPERCIO L. DE ARGENSOLA